PRODUCTORA DE AÇAÍ

Había una tribu amazónica que debido a la escasez de alimentos, vivía siempre en grandes dificultades, y como la tribu aumentaba día a día, el cacique Itaki resolvió sacrificar a todos los niños que nacieron a partir de aquel día. La medida surtió efecto: pasó mucho tiempo sin que ninguna nativa concibiera. Pero un día, Iaçá, la hija del propio cacique Itaki, dio a luz a una hermosa niña. Pero no tardó mucho para que el Consejo Tribal se reuniera y pidiera el sacrificio de la hija de Iaçá.

Su padre, guerrero de palabra, no dudó en darle el cumplimiento al orden. Al saber de la suerte de su brote, Iaçá imploró al padre para que ahorrase la vida de su hija. El cacique Itaki mantuvo su palabra y la niña fue sacrificada.

Iaçá se enclausuró en su tienda, quedándose por allí por casi dos días de rodillas, rogando al Tupã para que enseñase a su padre una manera por la cual no fuera necesario repetir el sacrificio de inocentes. Tarde en la noche, sin embargo, Iaçá eschuchó un llanto de niño.

Se acercó a la puerta de la tienda y luego vio a su hija sonriente al pie de una esbelta palmera. Pasado el impacto, ella se echó hacia la hija, abrazándose a ella, pero se encontró con la palmera, pues, misteriosamente, la niña desapareció. Iaçá, inconsolable, lloró hasta desfallecer.

Al día siguiente, su cuerpo fue encontrado todavía abrazado a la palmera. Estaba muerta, pero su semblante risueño irradiaba satisfacción; al mismo tiempo, sus grandes ojos negros, inertes, miraban lo alto de la palmera. El jefe Itaki notó que la palmera, otrora inexistente y en la época pasó a existir en abundancia en el bosque, tenía un racimo de frutitas negras.

Ordenó que fuera atrapado y amasado en un gran molido de madera, obteniendo así un vino rojizo. Agradeció a Tupã y, invirtiendo el nombre de su hija Iaçá, bautizó el extraño vino de Açaí (que quiere decir palmera que llora), suspendiendo a continuación la limitación de su pueblo.

Fuente:: Icoaraci